Editorial del programa Razón de Estado número 194
Estamos lejos de aquellos tiempos en los que la promesa hecha y la palabra dada tenían valor. Vivimos en un mundo de ofertas incumplidas, pocas oportunidades y frustración.
Vivimos una era de desinformación, calumnia y mentira. En demasiados países del mundo la política se prostituyó, la justicia fue comprada y la libertad está en peligro, o ya se perdió.
El siglo XXI está acumulando un saldo negativo en cuestión de valores democráticos y republicanos. El Estado de derecho es violentado cada día con más cinismo y desvergüenza.
La causa de estos dolores es que la política en demasiados países fue secuestrada por bandas criminales que buscan poder, dinero e impunidad. Tres jinetes del apocalipsis que han traído muerte, sufrimiento y destrucción desde siempre a la especie humana.
Los movimientos populistas, identitarios y nacionalistas evitan o destruyen los valores occidentales que han dado mayor desarrollo y bienestar al mundo. En la mayoría de los países en que esta plaga avanza, esos movimientos son excusas para que oportunistas y criminales accedan a lo que siempre buscan y persiguen: poder, dinero e impunidad.
Es cierto que en gran medida el alejamiento o el abandono del ciudadano a la política ha permitido que esos tres jinetes apocalípticos avancen. También es cierto que en una economía global insuficiente con élites distraídas cuando no ignorantes y egoístas, una pandemia y en esta era del “todo se puede” y el “todo se vale” porque la verdad desapareció como virtud, el ciudadano se encuentra en un mundo que ya no se entiende y con tiempo apenas para lucha cada día por sobrevivir.
Vivimos una era en la que cada día se mezclan más la indecencia con la incompetencia. Quienes violan y vulneran los derechos ciudadanos son quienes se supone que deben protegerlos y garantizarlos. El poder calla o miente al mismo tiempo que roba y desgobierna.
Las anomalías democráticas, los excesos fiscales y las transgresiones políticas que estamos presenciando tienen al mundo, pero en especial a regiones como América Latina, al borde del colapso del orden liberal que se constituyó a partir de la Segunda Guerra Mundial y que trajo al Occidente libre décadas de crecimiento y bienestar.
Aquellos fueron años en los que el optimismo y la esperanza multiplicaban la creatividad y el esfuerzo. No era fácil y las palabras trabajo y sacrificio eran condiciones para alcanzar metas y objetivos, pero se podía.
El desafío que enfrentan las generaciones de hoy para salir adelante es encontrar el coraje, la determinación y el compromiso para luchar por su libertad, la democracia y el estado de derecho, el único camino para vencer al huracán populista, identitario y nacionalista, siempre autoritario, al que se han sumado las desgracias del cinismo, la corrupción y el narcotráfico.
Rescatar el siglo XXI impone que sea posible una Ucrania victoriosa, una Venezuela libre, una América Latina próspera y que los sicarios de libertades, leyes y democracias paguen por sus delitos.
Las generaciones de hoy debemos tomar conciencia del momento que vive la especie humana. Nuestro presente ha sido violentado y nuestro futuro está amenazado, un presente y un futuro que salvaremos cuando las palabras libertad, justicia y democracia vuelvan a tener significado y contenido.
Para esto, habrá que recuperar el valor de la promesa hecha y la palabra dada. Para esto, habrá que rescatar aquella virtud que tanto ha dado al mundo, la palabra de honor.