Cómo construir la paz en Guatemala (segunda parte)
Prensa Libre, Guatemala 13 de junio de 1994. Pp. 8
Por Dionisio Gutiérrez
Todo esto representa el verdadero reto al que debemos enfrentarnos, y no seguir perdiendo el tiempo en cacerías de brujas que sólo atrasan el día en que iniciemos el rescate de nuestro pueblo, la búsqueda de nuestra nacionalidad y el éxito de nuestro país.
Ese es nuestro reto.
¿Ahora, cuál es el diagnóstico de nuestro país?
El problema más grave de los guatemaltecos es económico, no alcanzan los ingresos para sobrevivir, y menos para llevar una vida digna; los niveles de pobreza son preocupantes y cada año con la inflación y la devaluación permanente hay más pesimismo y menos posibilidad de seguir fortaleciendo nuestra clase media emergente, que es el balance y el principio e una sociedad que quiera progresar.
Esta preocupante realidad tiene como causa principal la permanente crisis política que hemos vivido; desde las dictaduras militares hasta las corruptas dictaduras de libertinaje civil.
La falta de un estado de derecho, la ausencia de leyes y reglas estables y confiables; la inexistencia de autoridad respetable y respetada, y la inestabilidad por el mal manejo macroeconómico de nuestro país nos mantienen en un letargo económico que además, sirve de excusa para perder el deseo de superación y para muchos que se dicen empresarios, sirve de excusa para explotar a sus trabajadores, vivir del contrabando y evadir sus impuestos.
La insatisfacción política y económica de los guatemaltecos es grande y peligrosa, la demagogia y la manipulación política sucia de nuestros problemas, nos podría llevar a una confrontación de impredecibles consecuencias.
Qué pena da ver a los políticos campeones de la mentira, esos grupos que han tenido secuestrada a nuestra democracia; cada vez que se les recuerda su deshonrosa actuación, salen con el discurso de los 500 años de historia y con la historia de su inocencia.
Si bien se les respeta menos por su estilo de hacer política, no podemos voltear la vista a esos cinco siglos en los que no hemos logrado hacer un país del que podamos sentirnos orgullosos.
Sin embargo, tenemos dos opciones:
La primera es vivir lamentando nuestro pasado y seguir discutiendo estérilmente sobre víctimas y victimarios, o sobre culpables e inocentes, y no encontrar quién las debe, sino buscar quién las paga.
La segunda, tomando en cuenta la necesidad de que en nuestro país se sienten precedentes de justicia, aceptando que para que la ley sea respetada, primero debe ser temida; exigir la fundación definitiva de un estado de derecho y evitar así, repetir nuestro pasado.
Si de algo debemos estar convencidos, es que la reconciliación de nuestra sociedad es indispensable, y es la única garantía para dar nuestro mejor esfuerzo de empezar el duro pero impostergable camino al desarrollo social y económico.
Hay ejemplos alentadores en el mundo, países que también tienen historia de guerras, miseria, represión y explotación, y a pesar de eso han logrado superar sus conflictos y en pocos años de trabajo duro, reglas claras y disciplina, han sorprendido hasta los más incrédulos, demostrando que si se quiere, se puede.
El caso más cercano es El Salvador, un proceso de paz bien negociado, las partes quedaron razonablemente satisfechas; participaron políticamente y ganó lo que el pueblo quería, paz y desarrollo.
En 5 años El Salvador ha tenido un crecimiento económico sostenido, combatiendo efectivamente la pobreza y la corrupción, males endémicos en Latinoamérica; y en un año su economía creció cerca del 10% poniéndose como una de las economías más saneadas y emergentes en todo el hemisferio.
5 años tomó darle vuelta a la tortilla; todavía hay mucha pobreza y atraso, pero si sigue así, dentro de otros 5 años El Salvador podría ser la sorpresa del continente.
Costa Rica, la democracia más antigua y estable de Centroamérica, con su economía social de mercado, si bien tiene la deuda externa más grande de la región, la invirtió en infraestructura social en vez de repartirla vulgarmente entre los políticos de turno, llevando a ese país a tener uno de los índices de bienestar social más alto del continente.
Los tigres del Asia, después de ser más pobres y atrasados que Guatemala, 20 años de libertad y trabajo duro, los llevó a convertirse en potencias económicas; cualquiera de esos países podría pagar con sus reservas toda la deuda externa de Centroamérica y seguir como si nada.
¿Por qué los guatemaltecos no somos capaces de lograr lo mismo?
¿Será que la diversidad que hemos sembrado en nuestra nación es insalvable?
¿Será que participamos poco, dejando a pícaros y oportunistas ser la mayoría de los que toman las grandes decisiones de nuestra nación?
¿Será que estamos perdidos discutiendo los 500 años o haciéndole el juego a grupos de políticos que están negociando nuestro futuro?
¿Será que colgando en el parque central a 200 ricos, 100 militares y 116 diputados resolveremos el problema de la pobreza, del atraso y de la guerra?
¿Será que no tenemos futuro como nación independiente, y que estamos condenados, por incapaces de manejar nuestra diversidad, a ser un país pobre y atrasado?
Probablemente debamos ser más responsables que eso, y reconocer que todos los guatemaltecos somos culpables de nuestra realidad, y los líderes de todos los sectores tienen mayor grado de responsabilidad por acción o por omisión, y no podemos quitar la gran responsabilidad que tienen los políticos que abusaron de sus puestos convirtiéndose en los fariseos del templo, en los verdugos de nuestra democracia y los asesinos de la esperanza de un futuro mejor.
Esto ha representado sufrimiento humano de miles de guatemaltecos, víctimas inocentes de una cruda realidad que no comprenden pero que aguantan con estoicismo; la pregunta es ¿hasta cuándo?
Si seguimos buscando el sistema de vida perfecto, probablemente nunca lo encontraremos, porque no existe; la democracia es el sistema menos imperfecto conocido; y sólo la participación activa de toda la sociedad dará la garantía de que logremos una base mínima para lograr la paz firma y duradera.
Por eso, este es el momento de que los mejores hombres y mujeres de todos los sectores de nuestra sociedad se animen a trabajar en la arquitectura social, política y económica que la nación con urgencia necesita; y diseñar así el futuro de nuestro pueblo que sigue esperando que se acabe con la indiferencia y el olvido.